Lina Zabala es la Coordinadora del Centro de Recuperación de Especies de Fundación Temaikén (CRET). Víctima del mascotismo, el cóndor estaba atado con una soga al cuello cuando llegaron a rescatarlo. Tras seis meses, este viernes 16 de septiembre se abrió la puerta en la meseta de Pailemán que les permitió reinsertarse en su ambiente natural
Con la soga al cuello, así fue rescatado el cóndor. Fotos La Nación / Net TV
Lina Zabala es bióloga, oriunda de Santa Lucía y protagonista de la historia del rescate de un cóndor andino al que tenían atado, soga al cuello, en un taller mecánico en Cafayate, Provincia de Salta. La historia fue publicada este miércoles por la periodista Jimena Barrionuevo en La Nación, días después de que Kurruf (como bautizaron al cóndor) fuera liberado de regreso a su hábitat natural.
Ocurrió el último día del particular 2020. Mientras muchos se disponían a brindar por la llegada del Año Nuevo, un cóndor andino juvenil aguardaba en un taller mecánico su rescate. El operativo fue una difícil tarea llevada adelante por la Policía Rural Ambiental en Cafayate, en la provincia de Salta. Víctima del mascotismo, el cóndor estaba atado con una soga al cuello. Esa fue la conclusión a la que arribaron quienes acudieron en su ayuda ya que el ave se mostró dócil al acercamiento humano y no intentó resistirse cuando lo colocaron en una caja segura. La buena noticia era que, en principio, no se encontraba herido ni decaído.
La historia comienza cuando el Programa de Conservación del Cóndor Andino (PCCA), puso manos a la obra y derivó al animal hacia el Centro de Recuperación de Especies de Fundación Temaikèn (CRET), en Buenos Aires. Dos días después el cóndor arribó a Aeroparque, donde lo esperaba un traslado que lo llevaría directo hasta el lugar que sería el escenario de su rehabilitación.
Al ingresar al hospital veterinario, la tarea fue intensa: los profesionales le hicieron el primer chequeo médico, mientras los cuidadores lo contenían. “Su plumaje estaba en buen estado pero llegó con bajo peso y con gran cantidad de piojos, por lo que se lo comenzó a tratar. Además, los análisis de sangre indicaron que se encontraba deshidratado y un poco débil. Al día siguiente, lo volvieron a revisar pero bajo plano anestésico. Se le realizaron radiografías y un examen más exhaustivo”, relata Lina Zabala, Coordinadora Operativa de Rescate en la Dirección de Operaciones de Bioparque & CRET.
El cóndor andino es un animal longevo que puede llegar a los 55 - 60 años de edad. Desde su formación dentro del huevo, los machos presentan cresta y las hembras no. Hasta los 4 años se los considera juveniles, y se caracterizan por poseer un plumaje color marrón. Este estadio finaliza con la aparición de un collar color blanco.
Aprender observando
Pasaron doce días desde la llegada del cóndor a su nuevo espacio de rehabilitación. En esa instancia y habiendo confirmado que había aumentado 1,5 kg, fue trasladado al CRET. Allí hay instalaciones especialmente diseñadas para la rehabilitación de cóndores, en total aislamiento de los humanos. “Esto significa que los ambientes están provistos de barreras visuales que les impiden ver a sus cuidadores, quienes los asisten sin interactuar con ellos para evitar una impronta que pueda complicar la liberación”.
A Kurruf (viento), como llamaron al animal, se lo ubicó en el recinto contiguo al de un macho adulto. Los animales solo estaban separados por un alambrado, de modo que podían verse, comunicarse y aprender comportamientos propios de su especie.
“Esto fue de gran ayuda para Kurruf ya que, observándolo diariamente, pudimos notar que copiaba y aprendía los comportamientos del adulto. En la naturaleza, los cóndores son animales gregarios, viven en bandadas. Por eso el esfuerzo que se hace en conformar pequeñas bandadas durante el proceso de rehabilitación, para asegurarles una mejor supervivencia al ser reinsertados al ambiente”, explica Zabala.
Así, con esa pauta positiva en mente, a Kurruf se le fueron ofreciendo distintos tipos de dietas, semejantes a las que encontrarían en la naturaleza. Primero fue el turno del pescado y de las presas enteras de roedores, más adelante se le entregó una oveja con lana para que pudiera desarrollar su comportamiento de alimentación, ingresando por las zonas blandas de la presa. Son animales carroñeros. No matan, cumplen un rol ecológico fundamental ya que evitan la proliferación de bacterias durante el proceso de descomposición de los animales que mueren en el ambiente.
Seis son multitud
Pero todavía faltaba un ingrediente en la historia del cóndor. En diciembre de 2020 también había llegado al Centro de Rescate Lihuen, una hembra juvenil nacida en el Establecimiento “La Máxima” de Olavarría. A modo de estrategia, Lihuen y Kurruf fueron ubicados es recintos contiguos, donde podían interactuar a través del alambrado. Luego, se les comunicaron los ambientes y comenzaron así una exitosa consociación.
Dos meses después se sumaron tres machos más al grupo. De este modo se conformó una bandada de cinco juveniles con los que Kurruf convivió e interactuó hasta su partida junto con Lihuen hacia el corral de presuelta en Pailemán. Se eligió esa dupla para la primera tanda de liberación, en base a los comportamientos observados: es que el macho y la hembra mostraban claros signos que dejaban en evidencia la preferencia de compañía entre ellos.
En la naturaleza, los cóndores forman parejas y nidifican en huecos o cuevas que en las rocas entre los 1000 y 5000 m.s.n.m. Suelen poner un huevo cada dos años y durante un año aproximadamente tienen cuidados parentales con sus pichones: los protegen en sus nidos del ataque de predadores y los proveen alimento que regurgitan para ellos.
Azul, el color de la libertad
En mayo de este año finalmente a los animales se les colocaron las bandas alares de identificación para poder hacer seguimiento en la naturaleza. Kurruf recibió el número 76 en color azul, que indica su sexo. En julio se lo trasladó a Río Negro para que integre la bandada de liberación junto a Lihuen y cinco juveniles más. En ese ambiente la bandada hizo un proceso de adaptación dentro de un gran recinto común hasta que finalmente, el viernes 16 de septiembre se abrió la puerta en la meseta de Pailemán que les permitió reinsertarse en su ambiente natural.
Antes de abrir las compuertas, a Kurruf y a los otros cóndores se les colocó además un transmisor satelital que permite llevar adelante un seguimiento todos los días durante un año, aproximadamente cuando, por lo general, abandonarán la meseta donde fueron reinsertados. Los expertos los localizan con las antenas de telemetría y por la noche (sin ser vistos) les van dejando, cerca de donde duermen, algo de comida. Al día siguiente observan si la consumieron. “Lo esperado sería que los juveniles se consoliden como bandada, al menos durante este primer tiempo. Eso los ayudará a socializar y localizar alimento entre otras conductas. Esperamos que sean capaces de encontrar alimento y un lugar donde afianzarse o seguir explorando nuevas cumbres, y que no se acerquen a poblaciones humanas”, concluye Zabala.